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  • Foto del escritorVictor Abasolo

La edad no es óbice


A mis 55 y casi 24 años de vida laboral, puedo decir sin temor a equivocarme, que he tenido una carrera profesional muy fructífera y reconfortante. No, no soy CEO de una gran empresa, ni catedrático en ninguna universidad, ni jefe de departamento, ni empresario emprendedor que destaca, ni un senior con una remuneración espléndida. En estas medidas de los que muchos llaman éxito no me encuentro cuantificado. Cuando digo fructífera me refiero a mis logros fruto de mi esfuerzo. Cuando digo reconfortante, me refiero a lo bien que me siento. Mis virtudes como profesional se han unificado con mi carácter y mi forma de ser. Y yendo en consonancia con ambos ámbitos, tengo la certeza de que no habrá frustraciones. En mi caso, he procurado siempre ser consecuente y no ser un profesional bueno y mala persona, y viceversa. Esta empatía emocional conmigo mismo creo que me ha hecho ver muchas más cosas que la gente que disocia claramente lo personal de lo profesional.

Al no tener como objetivo primordial ser poseedor de bienes materiales o ascensos profesionales, muchos en mi sector me consideran un fracasado sin tapujos. Otros, en cambio –los menos– consideran que siempre es mejor ser feliz con lo que haces aunque no reporte los mismos beneficios. Lo que no significa que ambas cosas entren en conflicto o contradicción. Muchos profesionales son felices y acreditan buenos sueldos y pingües beneficios. Pero también sé lo sacrificada que puede llegar a ser esta profesión de marketinero. Las empresas son bastante menos comprensivas y mucho más directas en sus objetivos. Y todavía muchas no entienden que las cosas tienen que hacerse de cierta manera, con una inversión adecuada y en los tempos precisos. Si el objetivo es ganar dinero, o posicionarse entre los tops, el trabajo se vuelve una carrera en la asunción de objetivos que no siempre encuentra la meta esperada.

He vivido períodos de stress intenso, jornadas interminables, enojos exacerbados y muchas cosas más que considero negativas o que pueden llegar a serlo en este oficio. Sobre todo al principio, cuando el empuje inicial era condición para progresar. He vivido crisis y períodos de bonanza. He pasado por momentos duros y otros más dulces. No en vano, 24 años dan para mucho. Y la experiencia no te exime de responsabilidad cuando las cosas no son como las empresas esperan. Es como en el fútbol de este país. Resultadista. Por muy buen profesional que seas, dicha profesionalidad debe llevar adherido el éxito. Si la campaña no sale bien, no serás considerado un buen profesional. O al menos, tendrás un estigma asociado en tu CV.

Llegados a este punto, y sabiendo que las empresas no son dadas a contratar seniors salvo que se traigan consigo una cartera de clientes, buenos clientes, o por ende sean reconocidos como buenos profesionales según los cánones, es el momento de dar un golpe de timón. En mi caso, fue la formación la que me dio oportunidad de encontrar un nuevo nicho de mercado donde dar rienda a los años de experiencia y convertirlos en conocimiento útil para los nuevos aspirantes a marketineros, comunicadores corporativos o expertos en RRSS. Y eso, sin dejar de lado la posibilidad de volver a trabajar en una empresa que requiera de dichos servicios. Pero mi generación está ya en un lado de la realidad que es como el retrato de Dorian Gray, pero al revés. Las empresas nos ven como si fuéramos reliquias desfiguradas del mercado laboral, cuando en realidad, somos un recurso ideal para sus necesidades. Lo creo firmemente pero para ello, a mi entender, es necesario cumplir ciertas condiciones:

  • Estar siempre a la última de todo.

  • Manifestar siempre un interés por todo lo relacionado con tu trabajo.

  • Ser cauto con las novedades y tener siempre a mano recursos para cotejar la información.

  • Mantener siempre la calma en momentos de tensión, y ser proactivo e intensos en momentos de calma.

  • Entender los nuevos códigos de información y comunicación tanto generacionales como intergeneracionales.

  • Preguntar, responder, interactuar… la comunidad lo necesita y lo demanda.

  • No caer en la desidia del experimentado, es decir, no ser un “Bueno, eso yo ya…”.

  • La actitud lo es casi todo, el resto se llama cobrar por servicios prestados.

  • Una hora de tu tiempo es valiosa, ya sea como inversión personal o como negocio.

Para terminar, y sin entrar a valorar las conmociones que nos esperan en los próximos años derivadas de esta situación excepcional en la que nos encontramos, considero que los códigos comunicacionales por los cuales nos hemos estado rigiendo durante años, décadas incluso, han pasado a la historia. Estamos viviendo cambios en tiempo real día a día, y las empresas pocas veces son capaces de digerir adecuadamente tanto cambio y tanta información. Solo la innovación y la creatividad, ayudados por el contenidos y la adecuación a estos nuevos códigos, conseguirán que el mercado vaya asumiendo sin indigestarse tanto volumen de cambio. Y nosotros, los profesionales, somos los encargados de hacer digerible todo esto. Seguimos en la brecha, y avanzando con los tiempos.

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